Las tengo de todas clases. Altas y bajas, muy guapas o menos guapas, flacas, llenitas, alegres o melancólicas, guerreras, … Y todas son mi complemento. Las colecciono desde que tengo uso de razón y reconozco que no siempre las he valorado en su justa medida. A lo largo de estos años, me he apoyado en ellas a modo de muletas y muy pocas veces me han dejado caer. Unas, se ponen activas en medio del desastre, y te arrastran con fuerza hacia la superficie para que puedas respirar. Afortunadamente, siempre hay otras que mantienen un perfil de baja intensidad y permanecen a tu la lado para sostenerte cuando el peso de la gravedad te hunde nuevamente hacia el fondo. Con unas he compartido nuevas experiencias, grandes aventuras, viajes interesantes, algún que otro suceso, y por supuesto, inconfesables correrías. Con otras, he destripado la vida y sus miserias en largas tardes de sillón y he compartido terapias milagrosas alrededor de una mesa presidida por el aroma de un interminable café. En ocasiones, han acudido raudas a los pies de mi cama de hospital para acompañarme, animarme, consolarme o felicitarme. Pero, siempre, independientemente del motivo que las había llevado hasta allí, me han regalado la mejor de sus sonrisas con un gran cartel donde sólo yo podía leer “Tranquila, todo pasará” o “Aquí me tienes” o “Estoy feliz porque tú hoy eres feliz”. Con algunas de ellas comparto, además, lazos familiares. Con otras, casi no tengo contacto pero sé que están ahí. Siempre están ahí. También ha habido algunos desencuentros irreconciliables. Pero yo sé y ellas saben que lo que hubo nos sirvió para crecer y eso no hay distancia que se lo lleve por delante. Conforme nos hacemos mayores, la intensidad de las vivencias se atenúa y también la imperante necesidad adolescente de compartirlo todo al minuto, hasta el más ínfimo detalle. Dicen que la madurez te permite disfrutar de las relaciones de un modo más completo. Pero en las grandes ocasiones, yo sigo llamando a algunas de ellas a altas horas de la noche para llorar como una niña por las bofetadas inesperadas de la vida. Por eso, desde mi atalaya cuarentona, miro a mi alrededor y me planteo qué habría sido de mi vida sin ellas, sin su sinceridad, su compañía, su rebeldía y su sabiduría. Tampoco sin sus desmanes o sus desafueros. Son mi base, mi red y mi acicate. Son… mis amigas.
Ainsssss…que bonito…y que verdad más verdadera. lo suscribo al 100%. Besitos nueva blog era. Pilar Ll
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Me inspiro en tu dilatada experiencia blogguera!! Me alegra que te guste. Besos.
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Ai, què faríem les unes sense les altres! Avant en aquesta nova etapa!
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La veritat és q si, amiga.;)
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Que bonic, que sincer i que ben escrit!
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Espere que t’hages trobat entre les lletres perque també parlava de tu, amiga. Bs
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Que bonico i que ben escrit!!!! I es tan cert… Les amigues de veritat mai fallen. I que falta fan en moments aixi. N’encanta com escrius. No ho deixes.
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Moltes grácies Maite. Per a quan una nova trobada en la q disfrutar dels teus dolços?!! Q siga aviat. Bessets
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Les dones al poder! Que fariem les unes sense les altres!?!!! Besets i fins la proxima entrada!
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Agradecimientos, a ti la primera y a todas.
Es maravillosos saber que aqui estamos y estaremos las unas con las otras para no sentirnos solas.
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Molt bonic Bea!!!! :-)))))))
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Pues sí, muy, muy bonito!!!!!!! Me he sentido muy identificada. Jijiji.
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Pues no se porque… Ja ja ja un beso grande y te veo este finde.
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